Llega un período en la vida, y creo que muchos coincidirán conmigo, en que uno ya no le es incondicional a quién no (se) da de vuelta, en lo que a amistad se refiere, por lo menos. Incluso podría decir que la incondicionalidad es un fantasma que ya no pena en la conciencia.
Para mí ha sido un concepto que demoró demasiado tiempo en madurar, siendo que la experiencia de vivir lejos te da una excelente escuela para lo que será la definición de los que consideras amigos y los que son conocidos o compañeros simplemente.
En fin, el asunto es que creo que hay una edad en que uno se da cuenta de que la cantidad de amigos no es condición de calidad de amistad. Siempre fui una persona que estuvo rodeada de personas y que celebraba su cumpleaños entre un mar de gente, pero ahora no. Ahora no me importa tener poca gente a mi lado, pero sí saber que cuento con ella.
Desde hace meses que me preocupo por aquellos que lo hacen por mí y no en un sentido de estar enojado con aquellos o aquellas que no lo hacen y solían hacerlo, sino que prefiero enfocar mis energías, mis palabras y mis sentimientos en mis amigos y amigas que me nutren diariamente aunque se encuentren lejos.
No me interesa escribir mails contando cosas que me afectan o me pasan si no tendré eco al otro lado. No me atrae contar como me ha ido si siento que es estar hablando del clima. No quiero verme ofuscado a los ojos de quiénes lean esto. Solamente quiero establecer que el interés tiene pies y que pedir explicaciones por las lejanías en este momento de mi vida, no tiene cabida.
jueves, 3 de enero de 2013
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